jueves, 29 de septiembre de 2011

Sermón del Domingo 25.09.2011

Jesús y la Palabra de Dios
Juan 1:1-14

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios… Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.”

La Biblia como Palabra de Dios es categórica: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Rom. 10:17). La iniciativa de Dios es comunicarse, entrar en relación con la humanidad. La fe, en este contexto, es nuestra primera respuesta, un tanto intuitiva, un poco en proceso de formación, por medio de la cual respondemos a esa iniciativa. Y la fe se ve alimentada por escuchar (y por leer) la Palabra de Dios.

Sin embargo los evangélicos hemos presentado dos extremos en nuestra actitud hacia las Escrituras. Por un lado, algunos han desarrollado una actitud mágico-religiosa hacia el texto, como si el libro en sí mismo, el mensaje del texto letra por letra y palabra por palabra fuera el sentido de la inspiración de las Escrituras. Esto ha producido un sinnúmero de teologías y prácticas fundamentalistas que no le hacen honor al texto. Por el otro lado, otros han desistido de la centralidad de las Escrituras en su vida personal y en la liturgia dentro del culto. Es como si la Biblia hubiera perdido relevancia en la vida de la Iglesia y ésta tuviera que pedir permiso con timidez para ingresar a nuestros servicios, muchas veces desplazada por la música, la alabanza y otros recursos litúrgicos de las estructuras contemporáneas del culto postmoderno en las iglesias evangélicas.

Una primera enseñanza que deberíamos recordar sobre el tema de la Palabra de Dios es que el texto bíblico es el resultado de la acción directa de Dios en la historia humana. Primero las cosas sucedieron, pasaron, formaron parte de la experiencia de fe de hombres y mujeres a lo largo de cientos de años de historia tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y luego en un segundo momento, esas historias fueron puestas por escrito en diversos idiomas y en distintos momentos distintos al nuestro. La ACCIÓN de Dios antecedió, como Palabra creadora, a la producción del TEXTO, como Palabra escrita en contextos culturales determinados.

Siguiendo el orden de muchas Epístolas del Nuevo Testamento, primero viene una sección que nos cuenta acerca de los GRANDES HECHOS DE DIOS y luego se nos exhorta a un tipo de comportamiento, conducta, finalmente a una ÉTICA y una MISIÓN que se desprenden como respuesta o resultado de la previa intervención e iniciativa divina. No es el ser humano que va construyendo sus sistemas religiosos, fabricando sus dioses a su imagen y semejanza, sino es el reconocimiento de la acción de Dios en medio de la historia secular, en medio de la corte de Faraón, en las invasiones babilónicas, en el destierro, o bajo el Imperio Romano. La iniciativa de Dios se realiza en la historia secular.

El Evangelio de Juan nos habla también de la Palabra Creadora de Dios, refiriéndose a Jesucristo, el Verbo, la Palabra, el Logos de Dios. El texto nos dice que “todas las cosas por él (Jesucristo) fueron hechas y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Jn. 1:3) Esto es una comparación con la Palabra Creadora de Dios en el libro del Génesis, donde cada uno de los siete días de la Creación está antecedido por la frase “Y dijo Dios…” El hijo de Dios, antes de su encarnación en la persona de Jesús, estuvo en los orígenes del tiempo, junto con el Padre y en la comunión del Espíritu, diseñando las estructuras más básicas de la Creación, provocando el misterio de la vida y permitiendo que ésta fluyese en sus distintas expresiones sobre la superficie de nuestro planeta.

Pero Dios no se quedó hablándonos solamente desde la TRASCENDENCIA. El versículo que aparece en el inicio de este mensaje señala que “Aquel Verbo se hizo carne”. Dios asumió la naturaleza humana en la persona de Jesús. Con todo lo que eso significaba: Las limitaciones propias de nuestra condición, la necesidad de aprender, la obediencia, la posibilidad del sufrimiento y la muerte, entre otras cosas.

La Palabra de Dios se hizo carne. La Epístola a los Hebreos nos enseña lo siguiente: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo.” (Heb. 1:1-2) Y la encarnación de Jesús implicó no sólo la muestra concreta del amor de Dios, sino el camino del rechazo de parte de la humanidad, rechazo que culminó en el crimen de su muerte en la cruz.

La Palabra de Dios, dista mucho de ser cuatro letras puestas en un papel en blanco de hace muchos años. Dios ha hablado por medio de su actividad creadora en la historia, Dios ha hablado por medio de la encarnación de su Hijo y Dios ha hablado por medio de la muerte y la resurrección de Jesús, testimonio final e imperecedero de la victoria de la Vida sobre la muerte, de la Justicia sobre la injusticia, de la Esperanza en medio de los caminos que parece que se nos cierran. Amén.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Sermón del Domingo 18.09.2011


Jesús y la Misión
Mateo 9:35-38

“Recorría Jesús todas las ciudades y aldea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando la buena noticia del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y tiradas en el suelo como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rueguen, pues al Señor, el dueño de la mies, que envíe obreros a su mies”.

La actividad de Jesús es notable, tal y como aparecen en esta suerte de resumen que Mateo hace de su actividad ministerial. Vemos a Jesús en permanente movimiento, yendo de un lugar a otro. Es una persona activa y comprometida. Esta actividad contrasta con dos extremos que percibimos en su Iglesia hoy: por un lado la inactividad y pasividad misionera, de quienes simplemente ven la Iglesia como un espacio de RECIBIR y no de DAR; espacio también del cinismo inactivo de quienes dicen: “Esto no lo arregla nadie” y nos quieren hacer creer que debemos aprender a convivir con la falta de propósito y la muerte espiritual en nuestras congregaciones. Por el otro lado, la actividad de Jesús también se contrasta con el activismo infructuoso de aquellos que en muchos casos esconden su propia frustración o sus problemas personales detrás de la hiperactividad eclesial, dando la apariencia que todo marcha perfectamente en sus vidas.

Que el texto bíblico muestra a Jesús en actividad, no cabe duda, la pregunta es ahora ¿en qué cosas está activo?, ¿haciendo qué? Los tres verbos de acción del texto no nos dejan dudas: Jesús ENSEÑABA, PREDICABA y SANABA. Las tres operaciones están orientadas al objetivo mayor del proyecto de Jesús: El REINO de DIOS. En otro pasaje, en el Evangelio de San Marcos 1:14-15, se nos acerca aún más al contenido de su predicación: “Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando la buena noticia del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepiéntanse y crean en esta buena noticia”.

Aceptar que el Reino de Dios ya está en medio nuestro mediante la persona de Jesucristo y por el poder de su Espíritu implica: CREER y CAMBIAR. No podemos mantenernos impasibles frente a esta noticia. Quisiera decir aun más: El anuncio que el Reino se ha acercado implica en sí mismo una buena noticia en el caso que decidamos comprometernos con él, o una muy mala noticia en el caso en que quisiéramos pasar por alto la responsabilidad y el privilegio de formar parte de éste. No podemos ser neutrales frente al desafío del Reino de Dios.

La última pregunta que nos hacemos delante de nuestro texto original de Mateo 9:35-38 es: ¿Y qué motivó la actividad de Jesús? Dos cosas resaltan en el texto, la primera es la que acabamos de ver con más detalle: Jesús es una persona plenamente comprometida con el Reino de Dios, el proyecto y la misión que recibió del Padre. Pero la segunda cosa, es semejante a la primera, Jesús está motivado por el amor y la compasión por la humanidad, que finalmente es la traducción más inmediata para nosotros, los seres humanos, de lo que significa el proyecto cósmico del Reino.

No es solamente el sentido del deber o la obligación lo que mueve la acción cristológica, sino es la sensibilidad de la mirada de Jesús que ve las multitudes en un estado indefenso y vulnerable, como un rebaño de ovejas que no tiene pastor. Dios nos anima a vernos reflejados en el espejo de la mirada del Hijo y a pensar nuestra tarea como Iglesia en el mismo espíritu que movió su predicación y su acción hace más de 2000 años: la compasión por los seres humanos, hombres y mujeres, especialmente aquellos que están en una situación más vulnerable, y a comprometernos en ser portadores de la buena noticia del Reino de Dios, poder que transforma las vidas de manera personal; que reconcilia y fortifica las familias, y poder que cambia y construye una sociedad más justa y solidaria, conforme al modelo de cielos nuevos y tierra nueva que anhelamos como hijos de Dios. Amén.

Día Internacional de la PAZ (una perspectiva desde la MISIÓN TRANSFORMADORA)

Desde 1981 la Organización de las Naciones Unidas ha venido impulsando la celebración del “DÍA INTERNACIONAL POR LA PAZ” todos los 21 de Septiembre de cada año. Desde el 2001 se modificó bajo la resolución 55/282 con la intención que el mundo contemple 24 horas de paz, no violencia y cese al fuego en las zonas que estuviesen en conflicto (que no son pocas).

La iniciativa de la ONU fue seguida y desarrollada en paralelo por otros organismos mundiales como el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) Religiones por la Paz, el Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI) y otras organizaciones civiles interesadas en el desarrollo de una cultura de paz en el mundo.

Pero los evangélicos no celebramos la paz. Pareciera que nos regocijásemos en la imposición. La imposición de nuestra fe, de nuestras ideologías, de nuestros estilos de vida, la imposición de todas las cosas que consideramos importantes. Como si lo verdaderamente importante pudiera ser impuesto de alguna manera. Como si ese hubiese sido el mensaje del Señor Jesús. Como si el “mundo” fuera puramente malo. Como si el dualismo y la esquizofrenia en la que muchos viven (y en verdad creen que su esquizofrenia es la realidad fáctica) hubiese sido enseñanza del Gran Maestro de Galilea.

El mundo que tenemos es el mundo que formamos.-

El mundo en el que soñamos (porque todos tenemos sueños) es el mundo que debemos crear, es el mundo en el que debemos creer. Porque somos lo que soñamos. Si soñamos conquistas al estilo medieval, eso tendremos. Si nuestro sueño es una gran cruzada que imponga nuestra fe a todo aquel que piensa distinto, ese mundo tendremos, incluyendo la oposición y la violenta (y en cierto sentido, justa) respuesta de aquellos y aquellas que no deseen que se les imponga ideas contrarias a las que manejan, porque todos amamos la libertad.

El mundo en el que soñamos, debería ser como el mundo que soñó Dios. Donde Dios no tiene nombre, porque solo se pone nombre a las cosas para diferenciarlas de las otras, pero a Dios no es necesario diferenciarlo, porque Él se encuentra en todas partes, y todo nos habla de Él.

Un mundo en el que no existe explotación de unos hacia los otros, porque todos y todas disfrutamos de la creación de Dios, de sus beneficios, sus frutos que nos son extendidos generosamente por la Pachamama que nos sirve, y de ese modo alaba a Dios.

Un mundo en donde no hay razas, porque todos y todas somos la humanidad y eso es lo que importa. Nos distinguimos y apreciamos las diferencias, porque en la variedad está el gusto. Lo que nos demuestra lo ingenioso de nuestro hacedor al hacernos distintos y distintas, para variar.

Un mundo donde Adán elogia a Eva, no la golpea, no la humilla, no la utiliza, no la cosifica, no la limita en su desarrollo personal.

Un mundo donde investigamos para conocer más sobre la fabulosa creación de un Dios fabuloso. Donde aprendemos y conocemos de todo lo que nos rodea, y le ponemos nombre a las cosas.

El mundo que soñamos debería ser el mundo que responde a las peticiones del Señor Jesús, cuando habló en el conocido Sermón de la Montaña, en forma de bienaventuranzas. Que no son otra cosa que el llamado del Señor Jesús a un estilo de vida verdaderamente universal, no globalizante (porque no impone nada) pero si universal, porque son valores que todos compartimos en lo más hondo de nuestros corazones.

La confianza en Dios, la consolación de los que sufren, la humildad, el anhelo por la justicia, la compasión, la pureza de corazón, y por supuesto casi al final (porque lo mejor se guarda para el final) la búsqueda de la paz. Esta búsqueda de la paz, es recompensada en el sermón del monte, por el gran honor de ser llamados HIJOS DE DIOS.

Desde entonces, desde la prédica de Jesús, la civilización que tuvo contacto con este mensaje transformador, buscó la manera de sistematizar estas bienaventuranzas a manera de petición. Pero la más difícil fue la búsqueda de la paz. La iglesia cristiana medieval lo entendió como la conquista de todos los territorios para la iglesia. Los monjes de claustro entendieron que debían crear un mundo paralelo y distinto al que estabas tras sus murallas. Posteriormente, los grupos puritanos escapando de la persecución europea migraron a nuevas tierras donde se contagiaron de los conquistadores ingleses. Misma lógica que adoptaron los grupos evangelicales de origen norteamericano quienes entendieron la conquista como sinónimo de evangelización en detrimento de las culturas originales.

Luego de siglos de ensayo y error, en el S. XXI hemos abordado una solución que sigue siendo una propuesta innovadora, a pesar de haber sido propuesta a mediados del siglo pasado. La educación para la paz es la propuesta innovadora de la época de la post-guerra.

Finalmente entendimos que la guerra no surge de la nada. La guerra es construida por intereses egoístas de personas, organizaciones y naciones que buscan imponerse frente a otros y otras, bajo diversas justificaciones, pero con los mismos resultados siempre, siempre, siempre. Hambre, orfandad, pobreza, subdesarrollo, tristeza, y finalmente muerte.

En contraposición, la paz tampoco surge espontáneamente, es resultado del esfuerzo de personas de buen corazón interesadas en superar las diferencias, en tolerar lo distinto para entenderlo a fin de enriquecerse del otro, de la otra, surge de gente que entiende que la paz también necesita ser construida y en la medida que se construya la paz, la guerra y sus consecuencias tienen menos oportunidad de mermar el desarrollo de la humanidad.

La educación para la paz es el gran bastión que nos podría permitir alcanzar el sueño de Dios de un mundo de acuerdo a los planes originales. Es nuestra gran oportunidad de presentar una humanidad distinta a la que tenemos hasta ahora. Podemos mostrarle a Dios los logros de una humanidad fraterna, reconciliada consigo misma y con la naturaleza, compasiva, donde la pobreza se ha eliminado porque aprendimos finalmente a compartir, donde la mujer es reconocida tan igual al varón en derechos y oportunidades porque finalmente ambos somos polvo, donde los niños no mueren de infantes sino que mueren de 100 años agradecidos por una vida llena de satisfacción y paz, donde la ciencia de los hombres se desarrolló tanto que la muerte viene por vejez y no por enfermedades como la malaria, el VIH y otras.

Pero para soñar ese sueño, debemos abocarnos a una educación que considere estos sueños como algo importante, y no como falacias de idealistas soñadores. La construcción de un mundo así, depende de nosotros y nosotras, de nadie más. En nuestras manos está que la PAZ reine.

Esforcémonos por construirla.

Empecemos ahora.

Oremos por la Paz.

SHALOM