jueves, 22 de septiembre de 2011

Sermón del Domingo 18.09.2011


Jesús y la Misión
Mateo 9:35-38

“Recorría Jesús todas las ciudades y aldea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando la buena noticia del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y tiradas en el suelo como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rueguen, pues al Señor, el dueño de la mies, que envíe obreros a su mies”.

La actividad de Jesús es notable, tal y como aparecen en esta suerte de resumen que Mateo hace de su actividad ministerial. Vemos a Jesús en permanente movimiento, yendo de un lugar a otro. Es una persona activa y comprometida. Esta actividad contrasta con dos extremos que percibimos en su Iglesia hoy: por un lado la inactividad y pasividad misionera, de quienes simplemente ven la Iglesia como un espacio de RECIBIR y no de DAR; espacio también del cinismo inactivo de quienes dicen: “Esto no lo arregla nadie” y nos quieren hacer creer que debemos aprender a convivir con la falta de propósito y la muerte espiritual en nuestras congregaciones. Por el otro lado, la actividad de Jesús también se contrasta con el activismo infructuoso de aquellos que en muchos casos esconden su propia frustración o sus problemas personales detrás de la hiperactividad eclesial, dando la apariencia que todo marcha perfectamente en sus vidas.

Que el texto bíblico muestra a Jesús en actividad, no cabe duda, la pregunta es ahora ¿en qué cosas está activo?, ¿haciendo qué? Los tres verbos de acción del texto no nos dejan dudas: Jesús ENSEÑABA, PREDICABA y SANABA. Las tres operaciones están orientadas al objetivo mayor del proyecto de Jesús: El REINO de DIOS. En otro pasaje, en el Evangelio de San Marcos 1:14-15, se nos acerca aún más al contenido de su predicación: “Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando la buena noticia del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepiéntanse y crean en esta buena noticia”.

Aceptar que el Reino de Dios ya está en medio nuestro mediante la persona de Jesucristo y por el poder de su Espíritu implica: CREER y CAMBIAR. No podemos mantenernos impasibles frente a esta noticia. Quisiera decir aun más: El anuncio que el Reino se ha acercado implica en sí mismo una buena noticia en el caso que decidamos comprometernos con él, o una muy mala noticia en el caso en que quisiéramos pasar por alto la responsabilidad y el privilegio de formar parte de éste. No podemos ser neutrales frente al desafío del Reino de Dios.

La última pregunta que nos hacemos delante de nuestro texto original de Mateo 9:35-38 es: ¿Y qué motivó la actividad de Jesús? Dos cosas resaltan en el texto, la primera es la que acabamos de ver con más detalle: Jesús es una persona plenamente comprometida con el Reino de Dios, el proyecto y la misión que recibió del Padre. Pero la segunda cosa, es semejante a la primera, Jesús está motivado por el amor y la compasión por la humanidad, que finalmente es la traducción más inmediata para nosotros, los seres humanos, de lo que significa el proyecto cósmico del Reino.

No es solamente el sentido del deber o la obligación lo que mueve la acción cristológica, sino es la sensibilidad de la mirada de Jesús que ve las multitudes en un estado indefenso y vulnerable, como un rebaño de ovejas que no tiene pastor. Dios nos anima a vernos reflejados en el espejo de la mirada del Hijo y a pensar nuestra tarea como Iglesia en el mismo espíritu que movió su predicación y su acción hace más de 2000 años: la compasión por los seres humanos, hombres y mujeres, especialmente aquellos que están en una situación más vulnerable, y a comprometernos en ser portadores de la buena noticia del Reino de Dios, poder que transforma las vidas de manera personal; que reconcilia y fortifica las familias, y poder que cambia y construye una sociedad más justa y solidaria, conforme al modelo de cielos nuevos y tierra nueva que anhelamos como hijos de Dios. Amén.

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