miércoles, 21 de abril de 2010

ACTUALIDAD TEOLOGICA

Hans Küng
Hans Küng

Carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo

Estimados obispos,

Joseph Ratzinger, ahora Benedicto XVI, y yo fuimos entre 1962 1965 los dos teólogos más jóvenes del concilio. Ahora, ambos somos los más ancianos y los únicos que siguen plenamente en activo. Yo siempre he entendido también mi labor teológica como un servicio a la Iglesia. Por eso, preocupado por esta nuestra Iglesia, sumida en la crisis de confianza más profunda desde la Reforma, os dirijo una carta abierta en el quinto aniversario del acceso al pontificado de Benedicto XVI. No tengo otra posibilidad de llegar a vosotros.

Aprecié mucho que el papa Benedicto, al poco de su elección, me invitara a mí, su crítico, a una conversación de cuatro horas, que discurrió amistosamente. En aquel momento, eso me hizo concebir la esperanza de que Joseph Ratzinger, mi antiguo colega en la Universidad de Tubinga, encontrara a pesar de todo el camino hacia una mayor renovación de la Iglesia y el entendimiento ecuménico en el espíritu del Concilio Vaticano II.

Mis esperanzas, y las de tantos católicos y católicas comprometidos, desgraciadamente no se han cumplido, cosa que he hecho saber al papa Benedicto de diversas formas en nuestra correspondencia. Sin duda, ha cumplido concienzudamente sus cotidianas obligaciones papales y nos ha obsequiado con tres útiles encíclicas sobre la fe, la esperanza y el amor. Pero en lo tocante a los grandes desafíos de nuestro tiempo, su pontificado se presenta cada vez más como el de las oportunidades desperdiciadas, no como el de las ocasiones aprovechadas:

- Se ha desperdiciado la oportunidad de un entendimiento perdurable con los judíos: el Papa reintroduce la plegaria preconciliar en la que se pide por la iluminación de los judíos y readmite en la Iglesia a obispos cismáticos notoriamente antisemitas, impulsa la beatificación de Pío XII y sólo se toma en serio al judaísmo como raíz histórica del cristianismo, no como una comunidad de fe que perdura y que tiene un camino propio hacia la salvación. Los judíos de todo el mundo se han indignado con el predicador pontificio en la liturgia papal del Viernes Santo, en la que comparó las críticas al Papa con la persecución antisemita.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de un diálogo en confianza con los musulmanes; es sintomático el discurso de Benedicto en Ratisbona, en el que, mal aconsejado, caricaturizó al islam como la religión de la violencia y la inhumanidad, atrayéndose así la duradera desconfianza de los musulmanes.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de la reconciliación con los pueblos nativos colonizados de Latinoamérica: el Papa afirma con toda seriedad que estos "anhelaban" la religión de sus conquistadores europeos.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de ayudar a los pueblos africanos en la lucha contra la superpoblación, aprobando los métodos anticonceptivos, y en la lucha contra el sida, admitiendo el uso de preservativos.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de concluir la paz con las ciencias modernas: reconociendo inequívocamente la teoría de la evolución y aprobando de forma diferenciada nuevos ámbitos de investigación, como el de las células madre.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de que también el Vaticano haga, finalmente, del espíritu del Concilio Vaticano II la brújula de la Iglesia católica, impulsando sus reformas.

Este último punto, estimados obispos, es especialmente grave. Una y otra vez, este Papa relativiza los textos conciliares y los interpreta de forma retrógrada contra el espíritu de los padres del concilio. Incluso se sitúa expresamente contra el concilio ecuménico, que según el derecho canónico representa la autoridad suprema de la Iglesia católica:

- Ha readmitido sin condiciones en la Iglesia a los obispos de la Hermandad Sacerdotal San Pío X, ordenados ilegalmente fuera de la Iglesia católica y que rechazan el concilio en aspectos centrales.

- Apoya con todos los medios la misa medieval tridentina y él mismo celebra ocasionalmente la eucaristía en latín y de espaldas a los fieles.

- No lleva a efecto el entendimiento con la Iglesia anglicana, firmado en documentos ecuménicos oficiales (ARCIC), sino que intenta atraer a la Iglesia católico-romana a sacerdotes anglicanos casados renunciando a aplicarles el voto de celibato.

- Ha reforzado los poderes eclesiales contrarios al concilio con el nombramiento de altos cargos anticonciliares (en la Secretaría de Estado y en la Congregación para la Liturgia, entre otros) y obispos reaccionarios en todo el mundo.

El Papa Benedicto XVI parece alejarse cada vez más de la gran mayoría del pueblo de la Iglesia, que de todas formas se ocupa cada vez menos de Roma y que, en el mejor de los casos, aún se identifica con su parroquia y sus obispos locales.

Sé que algunos de vosotros padecéis por el hecho de que el Papa se vea plenamente respaldado por la curia romana en su política anticonciliar. Esta intenta sofocar la crítica en el episcopado y en la Iglesia y desacreditar por todos los medios a los críticos. Con una renovada exhibición de pompa barroca y manifestaciones efectistas cara a los medios de comunicación, Roma trata de exhibir una Iglesia fuerte con un "representante de Cristo" absolutista, que reúne en su mano los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Sin embargo, la política de restauración de Benedicto ha fracasado. Todas sus apariciones públicas, viajes y documentos no son capaces de modificar en el sentido de la doctrina romana la postura de la mayoría de los católicos en cuestiones controvertidas, especialmente en materia de moral sexual. Ni siquiera los encuentros papales con la juventud, a los que asisten sobre todo agrupaciones conservadoras carismáticas, pueden frenar los abandonos de la Iglesia ni despertar más vocaciones sacerdotales.

Precisamente vosotros, como obispos, lo lamentaréis en lo más profundo: desde el concilio, decenas de miles de obispos han abandonado su vocación, sobre todo debido a la ley del celibato. La renovación sacerdotal, aunque también la de miembros de las órdenes, de hermanas y hermanos laicos, ha caído tanto cuantitativa como cualitativamente. La resignación y la frustración se extienden en el clero, precisamente entre los miembros más activos de la Iglesia. Muchos se sienten abandonados en sus necesidades y sufren por la Iglesia. Puede que ese sea el caso en muchas de vuestras diócesis: cada vez más iglesias, seminarios y parroquias vacíos. En algunos países, debido a la carencia de sacerdotes, se finge una reforma eclesial y las parroquias se refunden, a menudo en contra de su voluntad, constituyendo gigantescas "unidades pastorales" en las que los escasos sacerdotes están completamente desbordados.

Y ahora, a las muchas tendencias de crisis todavía se añaden escándalos que claman al cielo: sobre todo el abuso de miles de niños y jóvenes por clérigos -en Estados Unidos, Irlanda, Alemania y otros países- ligado todo ello a una crisis de liderazgo y confianza sin precedentes. No puede silenciarse que el sistema de ocultamiento puesto en vigor en todo el mundo ante los delitos sexuales de los clérigos fue dirigido por la Congregación para la Fe romana del cardenal Ratzinger (1981-2005), en la que ya bajo Juan Pablo II se recopilaron los casos bajo el más estricto secreto. Todavía el 18 de mayo de 2001, Ratzinger enviaba un escrito solemne sobre los delitos más graves (Epistula de delitos gravioribus) a todos los obispos. En ella, los casos de abusos se situaban bajo el secretum pontificium, cuya vulneración puede atraer severas penas canónicas. Con razón, pues, son muchos los que exigen al entonces prefecto y ahora Papa un mea culpa personal. Sin embargo, en Semana Santa ha perdido la ocasión de hacerlo. En vez de ello, el Domingo de Ramos movió al decano del colegio cardenalicio a levantar urbi et orbe testimonio de su inocencia.

Las consecuencias de todos estos escándalos para la reputación de la Iglesia católica son devastadoras. Esto es algo que también confirman ya dignatarios de alto rango. Innumerables curas y educadores de jóvenes sin tacha y sumamente comprometidos padecen bajo una sospecha general. Vosotros, estimados obispos, debéis plantearos la pregunta de cómo habrán de ser en el futuro las cosas en nuestra Iglesia y en vuestras diócesis. Sin embargo, no querría bosquejaros un programa de reforma; eso ya lo he hecho en repetidas ocasiones, antes y después del concilio. Sólo querría plantearos seis propuestas que, es mi convicción, serán respaldadas por millones de católicos que carecen de voz.

1. No callar: en vista de tantas y tan graves irregularidades, el silencio os hace cómplices. Allí donde consideréis que determinadas leyes, disposiciones y medidas son contraproducentes, deberíais, por el contrario, expresarlo con la mayor franqueza. ¡No enviéis a Roma declaraciones de sumisión, sino demandas de reforma!

2. Acometer reformas: en la Iglesia y en el episcopado son muchos los que se quejan de Roma, sin que ellos mismos hagan algo. Pero hoy, cuando en una diócesis o parroquia no se acude a misa, la labor pastoral es ineficaz, la apertura a las necesidades del mundo limitada, o la cooperación mínima, la culpa no puede descargarse sin más sobre Roma. Obispo, sacerdote o laico, todos y cada uno han de hacer algo para la renovación de la Iglesia en su ámbito vital, sea mayor o menor. Muchas grandes cosas en las parroquias y en la Iglesia entera se han puesto en marcha gracias a la iniciativa de individuos o de grupos pequeños. Como obispos, debéis apoyar y alentar tales iniciativas y atender, ahora mismo, las quejas justificadas de los fieles.

3. Actuar colegiadamente: tras un vivo debate y contra la sostenida oposición de la curia, el concilio decretó la colegialidad del Papa y los obispos en el sentido de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro tampoco actuaba sin el colegio apostólico. Sin embargo, en la época posconciliar los papas y la curia han ignorado esta decisión central del concilio. Desde que el papa Pablo VI, ya a los dos años del concilio, publicara una encíclica para la defensa de la discutida ley del celibato, volvió a ejercerse la doctrina y la política papal al antiguo estilo, no colegiado. Incluso hasta en la liturgia se presenta el Papa como autócrata, frente al que los obispos, de los que gusta rodearse, aparecen como comparsas sin voz ni voto. Por tanto, no deberíais, estimados obispos, actuar solo como individuos, sino en comunidad con los demás obispos, con los sacerdotes y con el pueblo de la Iglesia, hombres y mujeres.

4. La obediencia ilimitada sólo se debe a Dios: todos vosotros, en la solemne consagración episcopal, habéis prestado ante el Papa un voto de obediencia ilimitada. Pero sabéis igualmente que jamás se debe obediencia ilimitada a una autoridad humana, solo a Dios. Por tanto, vuestro voto no os impide decir la verdad sobre la actual crisis de la Iglesia, de vuestra diócesis y de vuestros países. ¡Siguiendo en todo el ejemplo del apóstol Pablo, que se enfrentó a Pedro y tuvo que "decirle en la cara que actuaba de forma condenable" (Gal 2, 11)! Una presión sobre las autoridades romanas en el espíritu de la hermandad cristiana puede ser legítima cuando estas no concuerden con el espíritu del Evangelio y su mensaje. La utilización del lenguaje vernáculo en la liturgia, la modificación de las disposiciones sobre los matrimonios mixtos, la afirmación de la tolerancia, la democracia, los derechos humanos, el entendimiento ecuménico y tantas otras cosas sólo se han alcanzado por la tenaz presión desde abajo.

5. Aspirar a soluciones regionales: es frecuente que el Vaticano haga oídos sordos a demandas justificadas del episcopado, de los sacerdotes y de los laicos. Con tanta mayor razón se debe aspirar a conseguir de forma inteligente soluciones regionales. Un problema especialmente espinoso, como sabéis, es la ley del celibato, proveniente de la Edad Media y que se está cuestionando con razón en todo el mundo precisamente en el contexto de los escándalos por abusos sexuales. Una modificación en contra de la voluntad de Roma parece prácticamente imposible. Sin embargo, esto no nos condena a la pasividad: un sacerdote que tras madura reflexión piense en casarse no tiene que renunciar automáticamente a su estado si el obispo y la comunidad le apoyan. Algunas conferencias episcopales podrían proceder con una solución regional, aunque sería mejor aspirar a una solución para la Iglesia en su conjunto. Por tanto:

6. Exigir un concilio: así como se requirió un concilio ecuménico para la realización de la reforma litúrgica, la libertad de religión, el ecumenismo y el diálogo interreligioso, lo mismo ocurre en cuanto a solucionar el problema de la reforma, que ha irrumpido ahora de forma dramática. El concilio reformista de Constanza en el siglo previo a la Reforma acordó la celebración de concilios cada cinco años, disposición que, sin embargo, burló la curia romana. Sin duda, esta hará ahora cuanto pueda para impedir un concilio del que debe temer una limitación de su poder. En todos vosotros está la responsabilidad de imponer un concilio o al menos un sínodo episcopal representativo.

La apelación que os dirijo en vista de esta Iglesia en crisis, estimados obispos, es que pongáis en la balanza la autoridad episcopal, revalorizada por el concilio. En esta situación de necesidad, los ojos del mundo están puestos en vosotros. Innúmeras personas han perdido la confianza en la Iglesia católica. Para recuperarla sólo valdrá abordar de forma franca y honrada los problemas y las reformas consecuentes. Os pido, con todo el respeto, que contribuyáis con lo que os corresponda, cuando sea posible en cooperación con el resto de los obispos; pero, si es necesario, también en solitario, con "valentía" apostólica (Hechos 4, 29-31). Dad a vuestros fieles signos de esperanza y aliento y a nuestra iglesia una perspectiva.

Os saluda, en la comunión de la fe cristiana, Hans Küng.

Traducción: Jesús Alborés Rey

Hans Küng es catedrático emérito de Teología Ecuménica en la Universidad de Tubinga (Alemania) y presidente de Global Ethic.

Fuente: Diario El País , 21.04.2010

jueves, 15 de abril de 2010

Anubis en el país de las Maravillas

CULTURA y SOCIEDAD

No puedo evitar relacionar ese título con una serie de ilustraciones de cierto periódico nacional, reconocido: “El país de las maravillas” en el que unos pobres desnudos se topan con las injusticias de nuestro país, y lo muestran en tono irónico. Del mismo modo el país de las maravillas de Alicia, aunque es increíble, muestra algunas injusticias. Quizá la más grande injusticia de todas, que unos sufran por los caprichos de otros que creen tener el “poder”. No seguiré en esta línea, pues no es de política de lo que deseo hablar. La película de “Alice in wonderland” me pareció excelente. Pero para que no pase a ser solo una película increíble con excelente diseño y muy buenos efectos especiales, quisiera llamar la atención sobre un aspecto que considero valioso.

Alicia se topa con un dualismo que los cristianos vivimos a diario. Sobre todo los que proceden de una tradición presbiteriana o calvinista, que en el Perú es la mayoría. El conflicto entre la predestinación y el libre albedrío. No pretendo dar ninguna solución teológica al respecto. No soy tan pretencioso. Pero si quisiera compartir una respuesta que me ha servido y me sirve hasta ahora. Y que Alicia lo demuestra a cada momento. El primer momento en el que se da esto es cuando se topa con el “oráculo”, y se entera del “fragoroso día”.

Lo que deseo colocar en relevancia es la perspectiva de Alicia. Ella es muy distinta al país de las Maravillas, al cual podríamos calificar como “loco” o “Chiflado”, pero no deja de ser maravilloso. Pero no podemos cometer el error de calificar a Alicia en el hipócrita mundo de la Inglaterra Victoriana donde valías por lo que tenias, y no por lo que eras (se parece un poquito al mundo de ahora). Ella es más bien un intermedio, ya que por un lado desea tornar las flores blancas en rosas rojas con tan solo pintarlas (como lo hacía en el otro lado) y por otro lado, piensa que está soñando una vez dentro del País de las Maravillas. Me recuerda un poco a los peregrinos que somos, viviendo los valores espirituales del Reino, en un mundo materialista que solo aprecia el dinero.

Lo más interesante es que en el País de las Maravillas, se sabía lo que acontecería, y permitían que el destino se cumpla, para esto no habría que esforzarse, porque ocurriría de manera natural, pero se esforzaban por otras cosas. Se esforzaban por vivir. Hasta que el surgió un desequilibrio de poderes y muchos sufrieron. Esperaban entonces por un mesías: ALICIA.

Lo curioso es que cuando llegó su mesías, esta no quería serlo, pues cargaba con problemas propios y no se mostraba exceptiva ante todo lo que veía. A pesar de experimentar un “sueño”, se comportaba muy como ella misma. Eso es y no usual. Ocurre que en los sueños surge el “verdadero YO”, un “Yo” no domesticado por la sociedad o los modales, un yo natural, dulce y cordial o salvaje y hasta criminal. EL yo que encontramos en nuestros sueños, dependiendo de la profundidad de estos, puede ser nuestro “VERDADERO YO”. Esto puede ser grato o no serlo, pero es lo que uno es. Lo problemático sería que ese Yo no concuerde con la imagen que proyectamos de nosotros mismos. Al parecer este problema no lo tenía Alicia pues fue consecuente con sus valores aunque estuviera en un “sueño”. ¿Cuánta sinceridad nos puede faltar, para pasar de tener una apariencia como la de Cristo, a ser por dentro, un poco parecidos a Él?

Se puede pensar que la actitud de Alicia se encuentra cuando lucha con el Dragón. Pero yo os digo, que podemos encontrar con mayor claridad, esa determinación en una Alicia diminuta, recién salida de un sombrero y dando órdenes a un perro gigante. La determinación que tuvo Alicia de ser consecuente con sus valores, fue lo que la llevó “sin querer” a cumplir con su “destino” aun sin creer en la existencia de este, o que este destino que le trazaron de verdad sería para ella.

Es actitud irreverente para con las cosas ya “predestinadas” es la misma irreverencia que los reformadores mostraron en su tiempo, a un mundo dominado por la religión y la mitología. Es ahora, el mismo espíritu cuestionador de los científicos e investigadores, que muchos religiosos conservadores pretenden ver con ojos de inquisidores. Es curioso como se invierten los papeles; los perseguidos ahora sueñan con perseguir. Es ese espíritu fresco, sincero, que rompe esquemas, estructuras sociales basadas en relaciones de subyugación, que busca descubrir nuevas cosas, y que recuerda cada cierto tiempo que el límite del descubrimiento lo pone la imaginación.

Ese espíritu debiera ser el de los cristianos, quienes empezamos como escépticos, pero luego descubrimos el evangelio del Reino, el mensaje del Señor Jesús, un mundo utópico donde quien quiera ser el mayor, deberá ser siervo de todos, donde los primeros serán los últimos, un mundo donde hacemos tesoros en el cielo donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Ese mundo loco, donde Cristo es REY, el mismo que caminaba con ladrones y prostitutas no impide el acceso al banquete del Rey, sino que los despojados son los invitados a la mesa de honor. Ese mundo loco, ese mundo de las maravillas que Alicia experimentó, le dio la fuerza para poder tomar las mejores decisiones y enfrentarse a sus temores en su “fragoroso día” en el mundo material. Esa es la misma actitud que los cristianos debiéramos tener en el día a día. La valentía y la confianza del vencedor, quien ya derrotó al dragón, y nos brinda gratuitamente las ventajas de su victoria en la cruz. No dejándonos guiar por “el destino” sino marcando nuestro propio destino, construyendo un mundo donde Dios sea glorificado, donde la vida pueda florecer, donde el conocimiento del ser humano pueda expandirse, y donde podamos pasar de ser orugas, a mariposas.

Ojalá llegue el día en que la Iglesia sea como la valiente Alicia. Para hacer realidad para otros, la esperanza de vida plena que ya tenemos en Cristo.

Señor Dios, haz que tenga la valentía de Alicia de enfrentarme al mal, aunque este provenga de mí. Y ayúdame a ser embajador de tu voluntad, así esté en mi más alocado sueño, o en la más triste y patética realidad.

ANUBIS