jueves, 22 de septiembre de 2011

Día Internacional de la PAZ (una perspectiva desde la MISIÓN TRANSFORMADORA)

Desde 1981 la Organización de las Naciones Unidas ha venido impulsando la celebración del “DÍA INTERNACIONAL POR LA PAZ” todos los 21 de Septiembre de cada año. Desde el 2001 se modificó bajo la resolución 55/282 con la intención que el mundo contemple 24 horas de paz, no violencia y cese al fuego en las zonas que estuviesen en conflicto (que no son pocas).

La iniciativa de la ONU fue seguida y desarrollada en paralelo por otros organismos mundiales como el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) Religiones por la Paz, el Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI) y otras organizaciones civiles interesadas en el desarrollo de una cultura de paz en el mundo.

Pero los evangélicos no celebramos la paz. Pareciera que nos regocijásemos en la imposición. La imposición de nuestra fe, de nuestras ideologías, de nuestros estilos de vida, la imposición de todas las cosas que consideramos importantes. Como si lo verdaderamente importante pudiera ser impuesto de alguna manera. Como si ese hubiese sido el mensaje del Señor Jesús. Como si el “mundo” fuera puramente malo. Como si el dualismo y la esquizofrenia en la que muchos viven (y en verdad creen que su esquizofrenia es la realidad fáctica) hubiese sido enseñanza del Gran Maestro de Galilea.

El mundo que tenemos es el mundo que formamos.-

El mundo en el que soñamos (porque todos tenemos sueños) es el mundo que debemos crear, es el mundo en el que debemos creer. Porque somos lo que soñamos. Si soñamos conquistas al estilo medieval, eso tendremos. Si nuestro sueño es una gran cruzada que imponga nuestra fe a todo aquel que piensa distinto, ese mundo tendremos, incluyendo la oposición y la violenta (y en cierto sentido, justa) respuesta de aquellos y aquellas que no deseen que se les imponga ideas contrarias a las que manejan, porque todos amamos la libertad.

El mundo en el que soñamos, debería ser como el mundo que soñó Dios. Donde Dios no tiene nombre, porque solo se pone nombre a las cosas para diferenciarlas de las otras, pero a Dios no es necesario diferenciarlo, porque Él se encuentra en todas partes, y todo nos habla de Él.

Un mundo en el que no existe explotación de unos hacia los otros, porque todos y todas disfrutamos de la creación de Dios, de sus beneficios, sus frutos que nos son extendidos generosamente por la Pachamama que nos sirve, y de ese modo alaba a Dios.

Un mundo en donde no hay razas, porque todos y todas somos la humanidad y eso es lo que importa. Nos distinguimos y apreciamos las diferencias, porque en la variedad está el gusto. Lo que nos demuestra lo ingenioso de nuestro hacedor al hacernos distintos y distintas, para variar.

Un mundo donde Adán elogia a Eva, no la golpea, no la humilla, no la utiliza, no la cosifica, no la limita en su desarrollo personal.

Un mundo donde investigamos para conocer más sobre la fabulosa creación de un Dios fabuloso. Donde aprendemos y conocemos de todo lo que nos rodea, y le ponemos nombre a las cosas.

El mundo que soñamos debería ser el mundo que responde a las peticiones del Señor Jesús, cuando habló en el conocido Sermón de la Montaña, en forma de bienaventuranzas. Que no son otra cosa que el llamado del Señor Jesús a un estilo de vida verdaderamente universal, no globalizante (porque no impone nada) pero si universal, porque son valores que todos compartimos en lo más hondo de nuestros corazones.

La confianza en Dios, la consolación de los que sufren, la humildad, el anhelo por la justicia, la compasión, la pureza de corazón, y por supuesto casi al final (porque lo mejor se guarda para el final) la búsqueda de la paz. Esta búsqueda de la paz, es recompensada en el sermón del monte, por el gran honor de ser llamados HIJOS DE DIOS.

Desde entonces, desde la prédica de Jesús, la civilización que tuvo contacto con este mensaje transformador, buscó la manera de sistematizar estas bienaventuranzas a manera de petición. Pero la más difícil fue la búsqueda de la paz. La iglesia cristiana medieval lo entendió como la conquista de todos los territorios para la iglesia. Los monjes de claustro entendieron que debían crear un mundo paralelo y distinto al que estabas tras sus murallas. Posteriormente, los grupos puritanos escapando de la persecución europea migraron a nuevas tierras donde se contagiaron de los conquistadores ingleses. Misma lógica que adoptaron los grupos evangelicales de origen norteamericano quienes entendieron la conquista como sinónimo de evangelización en detrimento de las culturas originales.

Luego de siglos de ensayo y error, en el S. XXI hemos abordado una solución que sigue siendo una propuesta innovadora, a pesar de haber sido propuesta a mediados del siglo pasado. La educación para la paz es la propuesta innovadora de la época de la post-guerra.

Finalmente entendimos que la guerra no surge de la nada. La guerra es construida por intereses egoístas de personas, organizaciones y naciones que buscan imponerse frente a otros y otras, bajo diversas justificaciones, pero con los mismos resultados siempre, siempre, siempre. Hambre, orfandad, pobreza, subdesarrollo, tristeza, y finalmente muerte.

En contraposición, la paz tampoco surge espontáneamente, es resultado del esfuerzo de personas de buen corazón interesadas en superar las diferencias, en tolerar lo distinto para entenderlo a fin de enriquecerse del otro, de la otra, surge de gente que entiende que la paz también necesita ser construida y en la medida que se construya la paz, la guerra y sus consecuencias tienen menos oportunidad de mermar el desarrollo de la humanidad.

La educación para la paz es el gran bastión que nos podría permitir alcanzar el sueño de Dios de un mundo de acuerdo a los planes originales. Es nuestra gran oportunidad de presentar una humanidad distinta a la que tenemos hasta ahora. Podemos mostrarle a Dios los logros de una humanidad fraterna, reconciliada consigo misma y con la naturaleza, compasiva, donde la pobreza se ha eliminado porque aprendimos finalmente a compartir, donde la mujer es reconocida tan igual al varón en derechos y oportunidades porque finalmente ambos somos polvo, donde los niños no mueren de infantes sino que mueren de 100 años agradecidos por una vida llena de satisfacción y paz, donde la ciencia de los hombres se desarrolló tanto que la muerte viene por vejez y no por enfermedades como la malaria, el VIH y otras.

Pero para soñar ese sueño, debemos abocarnos a una educación que considere estos sueños como algo importante, y no como falacias de idealistas soñadores. La construcción de un mundo así, depende de nosotros y nosotras, de nadie más. En nuestras manos está que la PAZ reine.

Esforcémonos por construirla.

Empecemos ahora.

Oremos por la Paz.

SHALOM

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