lunes, 24 de febrero de 2014

EL AUTOBUS PERDIDO

PARTICIPACIÓN
Todos en un mismo carro.

¿Qué es participación?

“Ser parte de” podría ser mi respuesta inicial. Pero mi mejor ejemplo de lo que significa participación para mi, lo obtuve de un autobús perdido. Todos sabemos que en el Perú, o por lo menos en Lima, el transporte público tiene rutas definidas y aunque nos quejamos de que los conductores hacen lo que les da la gana, más o menos se ciñen a una ruta preestablecida. Algunas veces se escapan de la ruta para cortar camino, entonces son detenidos por la policía de tránsito, que les multa. Otras veces salen de la ruta por motivos de accidente, o por orden de algún patrullero (policía). En estas ocasiones, incluso es la propia policía que corta el paso de las avenidas principales y los microbus están obligados a tomar rutas alternativas. Pero como están acostumbrados a tomar la misma ruta siempre, no conocen las calles aledañas. Es entonces cuando los pasajeros toman el control y le indican (no en todos los casos) la mejor ruta a seguir al conductor. Este es mi momento favorito en un colectivo.

Este es el momento en el que se rompe la inercia, es el momento en que la gente que se encontraba inerte observando por la ventana de pronto se interesan por lo que está ocurriendo y comparten sus pareceres con los vecinos pasajeros que tenían al costado, pero al cual no le dirigían la palabra. Los jóvenes están conectados a sus aparatos, sean sus teléfonos celulares, o reproductores de música, conectados al mundo pero desconectados de su entorno. Es en este momento en que dejan todos de estar cada uno por su lado, y se tornan todos de un solo sentir. El conductor aunque tiene el timón, no comanda, sino que atiende a las observaciones de los pasajeros que hace un momento se encontraban en silencio. Es el momento de “perdida de la ruta” cuando todos de alguna manera participan, los viejos son escuchados, su experiencia es tenida en cuenta y valorada pues ellos conocen esas calles como la palma de sus arrugadas manos, y los jóvenes también son escuchados, pues ellos son los actualizados con las novedades de calles bloqueadas o rotas, o rutas alternativas a las que tienen acceso por las nuevas tecnologías de la información (como los GPS). Una de las razones por las que esto me llama la atención poderosamente, es porque la gente normalmente asume que el conductor sabe lo que hace, sabe por dónde va, y sabe qué hacer si surge algún problema (principalmente los pasajeros ingenuos o despistados, los astutos desconfían de todo y siempre tienen un plan B), pero es en este momento en que el conductor deja de tener una posición “privilegiada” y se conecta con los pasajeros para ser EL PRIMERO ENTRE IGUALES.

Así es como yo considero la política, en especial la política ciudadana no-partidaria, que es a fin de cuentas EL EJERCICIO DE LA CIUDADANÍA. Sea cualquiera el nivel de poder o influencia que se tenga, el entendimiento de política que se tenga, basta con opinar para ya estar participando; basta opinar para ya estar realizando una actividad política insipiente.

De la misma manera la iglesia. Un pastor o un sacerdote es (así yo lo pienso) un “PRIMO INTER PARES”, PRIMERO ENTRE IGUALES, como en el ejemplo del autobús perdido, el conductor tiene el timón en sus manos, pero no hace lo que se le pega en gana. Es consiente que debe llegar a un destino, que está en una posición de servicio a sus pasajeros y que si toma malas decisiones, todos pagarán las consecuencias. De la misma manera un ministro de Dios que sirve en la Iglesia. No es un dictador, es un conductor que acepta las sugerencias, las propuestas, que escucha las exigencias, que debe reconocer cuando se equivocó, cuando metió la pata y debe rectificarse, que debe tolerar las críticas si estas están bien fundadas, y que debe saber recibir loas y palmas cuando acierta y todo el mundo lo felicita por ser un buen conductor.

A veces pensamos que las autoridades políticas o las autoridades eclesiásticas “tienen las cosas bajo control” y debemos confiar en ellos. El voto de confianza es más común hacia los líderes religiosos que hacia los líderes políticos, pero tácitamente confiamos ciegamente en ellos al no participar de los procesos de toma de decisión, al igual que creer de buenas a primeras todo lo que pase por los medios de comunicación. SOMOS MUY CRÉDULOS.

Creer está bien. Pero creer es casi tan importante como NO-CREER. Juan Calvino decía: “El poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente”. No se trata de desconfiar permanentemente en las autoridades, sino en ser ciudadanos responsables y fiscalizar las acciones que realizan nuestras autoridades. Solo así se pueden estrechar los lazos de fraternidad y de confianza. Solo así, estando todos enfocados en la meta, podemos hacer que el auto perdido encuentre una buena ruta y todos y todas seamos beneficiados por ello.

Lamentablemente el deficiente sistema escolar en el Perú, debilitado en parte por la dictadura de los años 90´s aportó a tener una mediocre formación ciudadana, de modo que los jóvenes debemos aprender CIUDADANÍA EN EL CAMINO. De ese modo, cuando nos toque tomar el volante, no estaremos solos ni caeremos en las dictaduras que nos antecedieron, sino que todos y todas, de alguna manera estaremos comandando el timón, porque seremos pasajeros participativos, y no silenciosos cómplices de malas decisiones.

No hay que dejar a nuestras autoridades solas durante 5 años, no son tan capaces como parecen, también tienen falencias que les podemos ayudar a mejorar. Tampoco son tan incapaces como pensamos, pues en ocasiones demuestran una excesiva capacidad para hacer negocios debajo de la mesa y enriquecerse a costa de la población. Ejercer nuestra ciudadanía implica también, el decirle a los congresistas o al señor presidente, que tan idiota es, o que tan estúpidas son las decisiones que está tomando; si no lo hacemos, entonces estamos siendo irresponsables con uno de los más grandes dones que Dios nos dió: EL CEREBRO.

Anubis