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ara varios puede que al leer “fin
del mundo” se rían, porque el tema les parezca una bobada Para otros, más de
corte investigador, puede que le despierte la curiosidad. Para otros, espero
que sean los pocos, el tema puede despertar nostalgia o hasta incertidumbre,
por no decir temor. Los primeros puede que al leer el título, no continúen
leyendo, así que no me dirigiré a ese
público. Son los segundos los que me interesan, y los últimos los que me
preocupan. Por ello, si estás interesado/a en el fin del mundo, esto lo tienes
que leer.
Parto por una broma; por qué empezó
esto siendo una broma. Por qué algunos creyentes protestantes, no tenemos ningún
temor a un posible “fin del mundo”. Esto se debe a la seguridad que tenemos en
Cristo, en la relación personal con un Dios que nos supera y trasciende toda fe
y sistema de creencias, nos trasciende a nosotros, a nuestro mundo y a la razón.
Yo particularmente creo que ese Dios es bueno y quiere lo mejor para mí, por
ello me anima a desear lo mejor para los demás.
Seguridad en Cristo
Esa misma seguridad que
encontramos en Cristo nos anima a aventurarnos en el terreno de lo desconocido,
de la ciencia, de la pedagogía, de los conflictos sociales, económicos,
ambientales, políticos, filosóficos y espirituales. Nos podemos encaminar en
esas aventuras pues nos sentimos a salvo, confiados por la esperanza que
encontramos en Cristo. Esto no es una carta libre a la insensatez, sino todo lo
contrario, un llamado a la prudencia, que nos permita desarrollarnos como
administradores sabios de una creación compleja que necesita nuestra atención y
cuidado.
Por ello el “fin del mundo” (en
caso exista) no debiera causar ningún temor, sino expectativa. Como la que se
tiene cuando uno/a recibe el resultado de una evaluación, en donde no se fija
uno/a en la “calificación” per ce, sino en el resultado de un proceso que
culminó. Pues es el proceso, es decir la vida, lo más importante y no
tanto la meta exclusivamente.
Evaluación
A los historiadores les encanta
evaluar la vida y obras de una persona cuando muere. Los docentes, por el
contrario, sabemos que las evaluaciones son constantes y debemos evaluar y
sobre todo autoevaluarnos todos los días a lo largo de nuestra vida, como dan
testimonio los apóstoles. Se trata de una revisión constante de nuestras vidas,
a fin de hallar nuestras faltas y ver la manera de remediarlas para que no se
repitan. De ese modo podremos ser mejor que nuestros padres (porque nosotros/as
lo necesitamos, y porque ellos/as así lo
hubieran querido).
También es cierto que un muy buen
momento para realizar evaluación es al final de un periodo, al final de un ciclo.
Hacer esto me parece importantísimo, crucial.
Ojalá se acabe todo
En mi servicio misionero me he podido
cruzar con muchas personas (incluyéndome) que habrían querido en algún momento
de sus vidas (sino en este instante), que fuese ya el fin del mundo.
Al ver tantas injusticias, tantos
abusos, muertes de inocentes, guerras absurdas, corrupción a gran escala,
enfermedades en crecimiento, y lo peor de todo, la indolencia con la que los
justos actúan tolerando el mal, la injusticia, como si de un juego se tratara. Eso
a uno le hace desear que de una buena vez se acabe todo. Pero al ver las lágrimas
de los niños y las niñas, fuente de mi más profunda y prolongada frustración,
veo también en estas poblaciones constantemente vulnerabilizadas, las fuerzas
para vencer el mal que les aqueja, el valor para denunciar la injusticia que
les impide desarrollarse plenamente (aunque eso a uno le cueste la vida). Puedo
ver en ellos y ellas el gozo de que luego de la lluvia, en su mismo rostro se dibuje
el arcoíris de sus sonrisas.
Es en ellos y ellas en donde
mejor se encarnan nuestras esperanzas. Nuestras expectativas de seguridad y
esperanza se encarnan en nuestros hijos e hijas.
Por ellos que no diferencian su
derecho de su izquierda, y por nuestra esperanza que tenemos en Cristo,
esperanza de la instauración definitiva de su reino, un reino de paz, justicia
y equidad, es que debemos hacer una revisión y pensar:
Si este viernes fuera el fin del mundo ¿con que me presentare ante Dios? ¿Me dirá “entra buen siervo fiel”, o me dirá “Nunca os conocí”?
Para quienes no conozcan a Dios, conocerle es el regalo de Dios hacía ellos y ellas, y estas fechas navideñas son propicias para conocerle. Pero para quienes somos hijos e hijas de Dios y somos conscientes de esa realidad, también somos o debemos ser conscientes de la responsabilidad que este hecho implica. Esto es: ser fieles administradores de los bienes que Dios nos ha confiado desde la creación.
Por ende, porque somos responsables, porque nos
sentimos responsables por ellos y ellas que son nuestra esperanza y que han
deseado en más de una ocasión que el mundo se acabe ayer, nosotros/as la Iglesia, herederos de una gracia
inquebrantable y una esperanza que todo lo colma, cargamos con el llamado de
ser luz y brindar esperanza a quienes siendo los herederos originales de toda
esperanza, esta se les fuese arrebatada por intereses mezquinos, muchas veces
justificados por nuestras mismas iglesias. Materializamos estos gestos concretos
en proyectos de desarrollo, en educación de calidad, lucha contra la pobreza,
contra la corrupción, contra la desnutrición, contra toda forma de discriminación,
y la construcción de la unidad en un marco de cultura de paz. Desde el lugar
donde nos encontramos y con el nivel de decisión
(PODER) que tengamos empezando desde nosotros/as mismos/as, tenemos el llamado,
y por lo tanto, la responsabilidad de responder por estos que no distinguen su
derecha de su izquierda.
QUE EL DIOS DE LA VIDA, NOS
CONDUZCA A LA JUSTICIA Y LA PAZ.