lunes, 17 de diciembre de 2012

FIN DEL MUNDO 2012: la espera finaliza

P
ara varios puede que al leer “fin del mundo” se rían, porque el tema les parezca una bobada Para otros, más de corte investigador, puede que le despierte la curiosidad. Para otros, espero que sean los pocos, el tema puede despertar nostalgia o hasta incertidumbre, por no decir temor. Los primeros puede que al leer el título, no continúen leyendo, así  que no me dirigiré a ese público. Son los segundos los que me interesan, y los últimos los que me preocupan. Por ello, si estás interesado/a en el fin del mundo, esto lo tienes que leer.

Parto por una broma; por qué empezó esto siendo una broma. Por qué algunos creyentes protestantes, no tenemos ningún temor a un posible “fin del mundo”. Esto se debe a la seguridad que tenemos en Cristo, en la relación personal con un Dios que nos supera y trasciende toda fe y sistema de creencias, nos trasciende a nosotros, a nuestro mundo y a la razón. Yo particularmente creo que ese Dios es bueno y quiere lo mejor para mí, por ello me anima a desear lo mejor para los demás.


Seguridad en Cristo

Esa misma seguridad que encontramos en Cristo nos anima a aventurarnos en el terreno de lo desconocido, de la ciencia, de la pedagogía, de los conflictos sociales, económicos, ambientales, políticos, filosóficos y espirituales. Nos podemos encaminar en esas aventuras pues nos sentimos a salvo, confiados por la esperanza que encontramos en Cristo. Esto no es una carta libre a la insensatez, sino todo lo contrario, un llamado a la prudencia, que nos permita desarrollarnos como administradores sabios de una creación compleja que necesita nuestra atención y cuidado.
Por ello el “fin del mundo” (en caso exista) no debiera causar ningún temor, sino expectativa. Como la que se tiene cuando uno/a recibe el resultado de una evaluación, en donde no se fija uno/a en la “calificación” per ce, sino en el resultado de un proceso que culminó. Pues es el proceso, es decir la vida, lo más importante y no tanto la meta exclusivamente.

Evaluación

A los historiadores les encanta evaluar la vida y obras de una persona cuando muere. Los docentes, por el contrario, sabemos que las evaluaciones son constantes y debemos evaluar y sobre todo autoevaluarnos todos los días a lo largo de nuestra vida, como dan testimonio los apóstoles. Se trata de una revisión constante de nuestras vidas, a fin de hallar nuestras faltas y ver la manera de remediarlas para que no se repitan. De ese modo podremos ser mejor que nuestros padres (porque nosotros/as lo necesitamos, y porque ellos/as  así lo hubieran querido).
También es cierto que un muy buen momento para realizar evaluación es al final de un periodo, al final de un ciclo. Hacer esto me parece importantísimo, crucial.

Ojalá se acabe todo

En mi servicio misionero me he podido cruzar con muchas personas (incluyéndome) que habrían querido en algún momento de sus vidas (sino en este instante), que fuese ya el fin del mundo.

Al ver tantas injusticias, tantos abusos, muertes de inocentes, guerras absurdas, corrupción a gran escala, enfermedades en crecimiento, y lo peor de todo, la indolencia con la que los justos actúan tolerando el mal, la injusticia, como si de un juego se tratara. Eso a uno le hace desear que de una buena vez se acabe todo. Pero al ver las lágrimas de los niños y las niñas, fuente de mi más profunda y prolongada frustración, veo también en estas poblaciones constantemente vulnerabilizadas, las fuerzas para vencer el mal que les aqueja, el valor para denunciar la injusticia que les impide desarrollarse plenamente (aunque eso a uno le cueste la vida). Puedo ver en ellos y ellas el gozo de que luego de la lluvia, en su mismo rostro se dibuje el arcoíris de sus sonrisas.
Es en ellos y ellas en donde mejor se encarnan nuestras esperanzas. Nuestras expectativas de seguridad y esperanza se encarnan en nuestros hijos e hijas.
Por ellos que no diferencian su derecho de su izquierda, y por nuestra esperanza que tenemos en Cristo, esperanza de la instauración definitiva de su reino, un reino de paz, justicia y equidad, es que debemos hacer una revisión y pensar:

Si este viernes fuera el fin del mundo ¿con que me presentare ante Dios? ¿Me dirá “entra buen siervo fiel”, o me dirá “Nunca os conocí”?

Para quienes no conozcan a Dios, conocerle es el regalo de Dios hacía ellos y ellas, y estas fechas navideñas son propicias para conocerle. Pero para quienes somos hijos e hijas de Dios y somos conscientes de esa realidad, también somos o debemos ser conscientes de la responsabilidad que este hecho implica. Esto es: ser fieles administradores de los bienes que Dios nos ha confiado desde la creación.

Por  ende, porque somos responsables, porque nos sentimos responsables por ellos y ellas que son nuestra esperanza y que han deseado en más de una ocasión que el mundo se acabe ayer, nosotros/as  la Iglesia, herederos de una gracia inquebrantable y una esperanza que todo lo colma, cargamos con el llamado de ser luz y brindar esperanza a quienes siendo los herederos originales de toda esperanza, esta se les fuese arrebatada por intereses mezquinos, muchas veces justificados por nuestras mismas iglesias. Materializamos estos gestos concretos en proyectos de desarrollo, en educación de calidad, lucha contra la pobreza, contra la corrupción, contra la desnutrición, contra toda forma de discriminación, y la construcción de la unidad en un marco de cultura de paz. Desde el lugar donde nos encontramos  y con el nivel de decisión (PODER) que tengamos empezando desde nosotros/as mismos/as, tenemos el llamado, y por lo tanto, la responsabilidad de responder por estos que no distinguen su derecha de su izquierda.

QUE EL DIOS DE LA VIDA, NOS CONDUZCA A LA JUSTICIA Y LA PAZ.

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