sábado, 16 de diciembre de 2017

Corrupción a la vista

A propósito de las noticias que nos hacen ver la corrupción, vía televisión, la Iglesia está planteando tratar el tema como un asunto de terceros; es decir, esto sería un fenómeno que ocurriría bajo la instigación de una clase política profesionalmente corrupta.


Nos hemos creído la historia de que la Iglesia es ajena a las lógicas de corrupción. Nos hemos sentido dueños de una calidad moral que los evangélicos no tenemos, pero que nos conviene hacer creer que tenemos. Para ponernos en la posición de jueces y para procurar constituirnos en alternativa de moralización en la mente de las personas.

La corrupción no es un fenómeno asociado sólo a la clase política profesional en el Perú. Sí bien es cierto que corrupción, abuso de poder e ideologías que fortalecen los espacios de poder, van juntas.

Hasta hace no mucho tiempo nos quisieron hacer creer que la corrupción estaba vinculada a procesos anómicos en el Perú, a la ausencia de claridad de las diferencias entre lo bueno y lo malo. Incluso se le asoció al hecho que la corrupción abunda en procesos derivados de la presencia de la informalidad y hasta por el auge de la cultura popular. El día de hoy, la realidad nos muestra que corrupción y formalidad se llevan muy bien y que corrupción y legalidad van de la mano en el Perú.

Estamos hablando entonces de una realidad sistémica donde el trabajo de los ciudadanos se vincula con procesos de corrupción, no cómo defecto, sino como norma del funcionamiento del propio sistema. En estos espacios se cumple la hipótesis que dice que cuanto más grande sea el tamaño del espacio de trabajo: económico, político o religioso, más grande será el nivel de corrupción que circule al interior de los pasillos de dichas instituciones.

¿Por qué se produce el fenómeno de la normalización de la corrupción al interior de las instituciones sociales en el país (incluida las iglesias)?

1.       Por una pérdida de relevancia y de valor de la cosa pública. Este es el punto de inicio de la crisis de la política y de nuestras instituciones. Está relacionado con el hecho de asociar lo público con lo masivo, con lo no exclusivo, con aquello que pertenece a una ciudadanía a la cual consideramos inferior, como consecuencia de prejuicios racistas y como parte de la evidencia que no hemos superado la lógica de la matriz colonial que genera ciudadanías incompletas o inconclusas  que impiden que todos los peruanos y peruanas seamos capaces de mirarnos a los ojos con el mismo valor.

2.       Siendo así, el mundo de lo político o lo público es visto como el parque de nuestro barrio donde nos sentimos libres de ensuciar, arrancar las plantas y malograr las bancas. Mientras que, esas mismas personas que proceden así, cuidan su espacio privado: su casa, el ornato de su vivienda y el jardín que puedan tener en dicho hogar. Con mucha facilidad transitamos de la lógica del depredador a la del cuidador (y viceversa) en segundos.

3.       El territorio de lo público queda así convertido en “tierra de nadie”. Un espacio que siendo de todos, termina siendo vacío y queda en manos de operadores astutos que -como si fueran los “coyotes” de la frontera méxico-norteamericana- te ofrecen la habilidad de ayudarte a transitar por ese territorio y llevarte a salvo al otro lado. Es lógico que en un contexto como éste, se creen procedimientos no autorizados y se emplee maneras poco convencionales para alcanzar sus objetivos, entre estos se incluyen los procedimientos de corrupción.

4.       De esta manera, la corrupción queda “normalizada” dentro de la lógica misma del ejercicio del poder. Más allá de esto, la ciudadanía actúa con doble moral frente a este hecho: por un lado, ésta admira a los corruptos por sus habilidades para hacer las cosas con esos márgenes de “libertad” en el ejercicio de la gestión. De otro lado, la misma ciudadanía cuestiona el que los mecanismos de la corrupción sean evidenciados, la mayoría de veces vía la televisión o las redes sociales. Cuando la gestión pública queda afectada por el escándalo, recibe un golpe tan duro que la autoridad queda desautorizada, debilitada y expuesta.

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5.    En todo este proceso, la Iglesia no es ajena, porque ésta es también un espacio de poder, con un sistema contable, con obligaciones ante las leyes peruanas, y con intereses de las personas que vivimos en estas comunidades de fe, quienes emplean la lógica de corrupción al interior de las iglesias y dejan de lado la naturaleza específica de actuar como una comunidad de fe para comprobar una vez más, cuán avanzado está el deterioro de la cosa pública, ahora reflejado en la conducta religiosa de sus miembros.