viernes, 21 de septiembre de 2012


Ser rico y de derechas (II)


Escrito por: Coral Herrera Gómez
Los ricos de derechas están convencidos de que cada uno debería resignarse a la suerte que le ha tocado, necesitan la paz social para vivir sin miedo. Les molesta tanto que la gente quiera cambiar el estado de las cosas porque ellos viven bien. Cuando la gente necesita mejorar sus condiciones de vida y se organiza para conseguirlo, les aterroriza la posibilidad de ser despojados de sus propiedades, sus privilegios y sus lujos.
Por eso, para defender lo suyo, hacen  lo mismo que la gente de izquierdas: se organizan entre ellos. Los muy ricos y muy de derechas se reúnen y toman decisiones al margen de los Estados y de los organismos internacionales (por ejemplo, el Club Bildelberg; en sus reuniones plantean estrategias para atacar algún país y estimular la producción de armas, apoyan y derrocan gobernantes, financian procesos políticos que les otorguen más poder…)
A veces guerrean entre ellos, como en todas las mafias, pero suelen estar de acuerdo en lo esencial. Los blancos son superiores a los negros, los hombres mandan sobre las mujeres, los ricos sobre los pobres, los heterosexuales sobre los homosexuales. A los grupos sociales que reclaman la igualdad o que luchan contra la pobreza y la discriminación los llaman “minorías”.
Ellos pueden financiar la construcción de una escuela y una iglesia en un pueblo remoto de África. Les gusta dar pan a los pobres, pero no trabajar para lograr que los pobres produzcan su propio pan. No les hables de ayudar para erradicar el VIH, los embarazos adolescentes, los matrimonios forzados de niñas y viejos, los derechos de las mujeres. No les interesa financiar programas educativos para erradicar la pobreza: ellos solo piensan en que hace falta más policía.
La gente de derechas y rica percibe el espacio social como un lugar peligroso. Pero en lugar de pensar que el mundo sería mejor si no hubiese desigualdad, prefieren rezar en misa para que “la gracia de Dios” elimine la pobreza. En los sermones se habla de los niños que sufren (hambre, abuso, explotación laboral, guerras), pero les encanta hacer fiestas en mansiones para ostentar con sus trajes caros, sus coches caros, sus chicas caras.
Su filosofía es el “sálvese quien pueda”, y tienen todas las herramientas para sobrevivir en un mundo regido por sus leyes. Por eso son tan poco solidarios; solo se ayudan entre ellos, si les interesa. Son desconfiados, nada ingenuos, creen saberlo todo.
Pareciera que esta gente no tiene capacidad de empatía, ni sentimientos, ni ideales con respecto a un mundo mejor para todos. Ellos se creen más listos que nadie, derrocan y encumbran a presidentes, mueven piezas por el mapamundi como si estuvieran jugando al monopoly. Esta falta de capacidad para ponerse en la piel de los otros los hace inhumanos y monstruosos.
Se hacen fotos de grupo en las cumbres, pero nosotros solo vemos la punta del iceberg de un negocio que no conoce de fronteras ni límites.
Se ríen descaradamente de los demás cuando toman el poder. Nos ofrecen una cosa en época electoral, y luego actúan según las necesidades de “los mercados”. En tiempos de crisis financiera, nos acusan de haber vivido por encima de nuestras posibilidades, y nos  piden que aguantemos y que arrimemos el hombro, prometiendo que los que no protesten podrán beneficiarse el día mágico en que se acabe la crisis.
No asumen su culpabilidad, se quejan de falta de liquidez.
Rescatan bancos, desahucian familias.
No asumen su responsabilidad social como empresarios, ni como banqueros, ni como políticos. Su codicia no tiene límites, sus actos carecen de escrúpulos.
No piden perdón, nos amenazan. Nos dicen que hay que trabajar más, aunque sean incapaces de crear puestos de trabajo.
Asumen su mala gestión sin avergonzarse. Su soberbia no tiene límites. Se sienten con todo el poder para insultar a la ciudadanía, despreciarla públicamente. No les quita el sueño que haya familias sin ingreso alguno, solo les importan las cifras de la macroeconomía, y el estado de ánimo de “los mercados”, que son ellos mismos.
Cuando ya han vaciado las arcas públicas convirtiendo deuda privada en deuda pública y se ponen a ver de dónde sacan plata, piensan en nosotros. Nos bajan los sueldos, nos despiden sin indemnizaciones, nos bajan las prestaciones de desempleo (o las eliminan directamente), nos suben los impuestos, nos ahogan con las facturas de luz y agua, nos echan de las casas, nos quitan el derecho a la salud, nos limitan el derecho de reunión y asociación, el derecho a huelga, el derecho a la protesta. Nos dejan sin médicos, sin bomberos, sin profesores, pero gastan millones en promover el espectáculo de sangre y muerte en las plazas de toros, y llaman cultura a ese lugar donde ellos se exhiben y hacen y deshacen negocios.
Con la ciudadanía, mano dura. Pero se arrodillan ante la Iglesia Católica: ceden suelos, les exoneran de pagar impuestos, prohíben el aborto, mandan a la hoguera los libros educativos en torno a los derechos humanos, tratan de prohibir el matrimonio igualitario. Algunos líderes de derechas, en lugar de recortar en aeropuertos que nadie usa o en visitas costosas del Papa, piden que se deje de hacer mamografías a las mujeres, aunque está demostrado que salvan millones de vidas al año.
Algunas lideresas de derechas nos piden, a las mujeres, que aguantemos los malos tratos como Cenicienta, que nunca se quejaba. Otro señor de derechas nos pide que nos quedemos en casa y no nos apuntemos a las listas del paro para no dar mala imagen. Las que sean autónomas e independientes, que se busquen un marido que las mantenga. Nos recetan paternalmente que para salir de la crisis lo mejor es tener hijos. Otra cosa es que esos niños puedan tener libros de texto o puedan acceder a la universidad. Ese es “nuestro” problema, no “su” problema.
Sus problemas los pagamos nosotros. Esta gentuza de derechas se envalentona con la crisis. Se sienten arropados por gobiernos de derechas que en lugar de meterlos en la cárcel, se dedican a destrozar todas las bases sobre las que están construidas nuestras democracias (todos somos iguales ante la ley, todos tenemos derecho a una vivienda digna y a un trabajo digno, todos tenemos derecho a la salud y a la educación pública y de calidad… etc).
Los de derechas no solo nos aplastan, sino que nos odian. Odian el socialismo, el cooperativismo, el sindicalismo y cualquier forma de organización social que promueva la igualdad y la distribución justa de los recursos. Aparecen listas “negras” de gente que participa en manifestaciones, y responden con violencia ante manifestaciones pacíficas.
No escuchan a la ciudadanía; se ríen de la gente que acude a protestar porque no les importa la indignación, y tampoco les importa disimular delante de las cámaras. Solo les irrita que la gente proteste en las calles, porque peligra su impunidad a la hora de hacer y deshacer.
Esta gente sin alma lo tiene claro: los inmigrantes que ya no hacen falta, que se vayan. Los que intentan entrar, que sean liquidados a tiros en las vallas de África. Que parezca que las puertas están cerradas; así podremos explotarlos en las fábricas y en los huertos. Los ilegales no existen, no cuentan, no pueden protestar.
Amnistía Internacional les denuncia públicamente.
Les da exactamente igual.  Ellos hacen cruceros o se escapan a islas paradisíacas, viven a todo trapo, consumen, fiestean, se deleitan con comilonas, se relajan en el spa, se operan las tetas y la cara, toman el sol en el yate, se regalan joyas, pero nos llaman vagos a los demás. Aplauden cuando los gobiernos recortan porque piensan que la gente vive “demasiado bien”; en su desprecio se les olvida ese cuento tan bonito de los derechos fundamentales.
Mientras la gran mayoría pierde (su casa, su trabajo, su matrícula en la Universidad, su derecho a ir al médico, etc), ellos tienen sus pensiones privadas, sus herencias, sus puestos vitalicios, sus redes de amigos, sus periódicos y televisiones, sus curas consoladores, sus abogados que los defienden cuando les agarran delinquiendo.
Tienen todo y quieren más. Su afán insaciable los hace monstruosos. Su visión del mundo está basada en la autoridad y en las jerarquías, y se relacionan con su entorno en base a la lógica del amo y el esclavo: unos ganan y otros pierden, unos mandan y otros obedecen, unos se enriquecen y otros se mueren de hambre.
Tienen los medios de producción, los medios de comunicación, los púlpitos y los altares, los tribunales, los parlamentos, los puticlubs, los estadios de fútbol, las reservas de petróleo, los partidos políticos, las tierras, los tanques y las bombas. Son pocos, son minoría, pero tienen casi todo el poder.
Ya va siendo hora de que nos juntemos para quitárselo. No es un juego como el monopoly: es el presente de millones de personas en la pobreza, es el presente de un planeta enfermo que pide cordura y buen trato. Nos merecemos que las estructuras morales, éticas, políticas y económicas de los “conservadores” se vengan abajo. Necesitamos unas nuevas con urgencia. Antes de que acaben con todo.

No hay comentarios: