El compartir los alimentos, es un rasgo fundamental de la vida social, es un signo de la comunión, vinculado fuertemente con la celebración en diversas culturas. Los temas sobre las comidas, las casas y la hospitalidad, ocupan un lugar preferente en el tercer evangelio, no sólo en los discursos y parábolas, sino porque Jesús es presentado como invitado: la comida en casa de Leví (5,27-32); comida en la casa de Simón el fariseo (7,36-50), El encuentro con Zaqueo (19,1-10), entre otras.
Sin embargo, este disfrutar juntos se convertirá en escándalo público, ya que será motivo de provocación e indignación para grupos como los fariseos, autoridades sacerdotales y otros a quienes se les revolverá el estómago por la manera en que Jesús transgrede las convenciones sobre la participación de la mesa.
“No se puede comer con cualquiera…”
Esta sería la premisa que orienta la participación de la mesa, puesto que en el contexto judío sólo se compartía la mesa con quienes contaban con igualdad de condición. Los miembros de la élite no se relacionaban con gente que no conocían o con los que no eran de su mismo rango social, Invitar a alguno rango social inferior era exponerse al rechazo de sus pares, lo cual ponía en peligro la posición social, la fortuna y el honor de la familia.
El invitado principal se sentaba a la derecha del anfitrión y los otros invitados lo hacían en forma decreciente según el status social de cada uno. En suma las comidas y los banquetes reproducían el mismo sistema social, en ellas se consolidaban la posición social y la red de relaciones de los anfitriones[1]
Entonces, ¿Alguien estaría interesado en invitar a comer a los últimos que conformaban la pirámide social-religiosa: enfermos, pecadores, publicanos? Recordemos que la cuestión de la pureza está fuertemente vinculada. ¿Quién estaría dispuesto a contaminarse?
“Otra vez Jesús…”
En medio de esta marcada desigualdad, Jesús se comporta de manera escandalosa, en el caso de comer con publicanos, el escándalo consistía no en que tuviese trato con ellos, cosa que en la vida común era prácticamente inevitable, sino en el hecho de “comer” con ellos, en casa de ellos.
Las acusaciones no se hacían esperar: “¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores? También incluían a sus discípulos: ¿Por qué los discípulos de Juan ayunan muchas veces y hacen oraciones, y asimismo de los fariseos pero los tuyos comen y beben?”. Al comer en casa de Zaqueo: “Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador”.
Mientras que Juan Bautista ayuna como expresión de su separación la sociedad, Jesús más bien se introduce en ella, participando de sus ritos de comida y bebida. Es acusado de ser “un comilón y a un borracho, amigo de publicanos y pecadores” y dicha acusación es muy grave porque es una expresión para designar a los apóstatas del pueblo, merecedores de lapidación (Dt.21, 20).[2]
“Del triángulo exclusivo al círculo inclusivo…”
El Reino de Dios comienza a realizarse en la persona y en la actividad de Jesús, puesto de manifiesto cuando los evangelios describen los signos liberadores realizados por él uno de ellos, las comidas en casa de pecadores y publicanos. Por eso, el Reino de Dios se compara reiteradamente con un gran banquete (14,16-24) en el que los puestos de honor se organizan de otra manera. Dejando en claro que no importan jerarquías, ni las “categorizaciones” de las personas.
En esta perspectiva las comidas no son episodios secundarios, sino que tienen gran importancia como sucesos inclusivos. En ellos se denota la alegría comunitaria de celebrar juntos comer y beber en un banquete.
Jesús promueve la reintegración alrededor de la mesa, expresa la plenitud de la salvación para todos: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico”. Promueve el encuentro, son aquello para lo que ha venido: a buscar lo perdido, a recuperar el dracma o la oveja (Lc.15,4-10). Esto significa que sus comidas con los pecadores y publicanos estaban relacionadas con su misión.
“Una invitación para todos y todas…”
Como parte del sistema individualista, en el que se relaciones se tornan cada vez más utilitarias. También las iglesias se ven afectadas, a menudo los enfoques orientados a mantener el "status", figuras como pastores-gerentes o líderes ejecutivos van generando brechas profundas del "resto" de creyentes.
La comensalidad significa edificar una comunidad sobre valores radicalmente alternativos a los vigentes. La aceptación del reino se traduce necesariamente hospitalidad y apertura.[3] Necesitamos recordar que la amistad que ofreció Jesús es para atender a quienes no eran considerados merecedores de atención. La salvación también consiste en ofrecer un trato equitativo y digno. Invita a la inclusividad. De allí, una premisa para aplicar en nuestras relaciones interpersonales no sólo de modo individual, sino también colectivamente. Jesús fue reiterativo en este tema ¿Qué de nosotros y nosotras?
[1] Conti, Cristina; El amor como praxis; Revista de interpretación Bíblica Latinoamericana N° 44
[2] Aguirre Rafael; La mesa compartida; editorial Sal Terrae; p.71
[3] Idem; p.120