Cuando era niño, mis compañeros jugaban un juego de pelota
llamado “camotito”. El juego consistía en lo siguiente:
Un grupo de personas, supongamos 5 personas. Una pelota de
futbol (o de vóley, o de tenis o algo que se pueda patear con los pies). Todos los
jugadores se pasan la pelota entre sí. Estos deben estar en círculo. Todos menos
uno. Ese uno debe estar en el centro y ser el “camotito”. El juego consiste en
que el “camotito” o el “camote” tiene que interceptar el balón a alguno de los
jugadores que se encuentran en el círculo. Una vez hecho esto, el último
jugador que tocó el balón pasa a ser el nuevo “camote”.
Siempre odié este juego. Siempre que lo jugaba o me
obligaban a jugarlo yo renegaba y lo hacía de mala gana, pero terminaba jugando
por presión grupal.
Yo no disfrutaba el juego para nada. Yo era el “camotito”,
pero mis compañeros más hábiles con el balón se la pasaban de lo mejor. Haciendo
mofas y alarde de su dominio del balón me ridiculizaban y hacían sentir inferior
al resto. Pero en una ocasión, no recuerdo donde, ni recuerdo cuando, por
alguna extraña razón del destino, o por una ira descontrolada de mi parte que
no podía seguir soportando más la situación, logré hacerme de la pelota.
Cuando tuve la pelota en mis pies no lo podía creer. Los demás tampoco lo podían
creer. No podían creer que el eterno “camotito” haya logrado obtener el balón
(a pesar de sus trampas y sus excusas). Pero lo siguiente fue más interesante.
Apenas fui consciente que yo tenía el poder, patee la pelota lo más lejos que
pude. Creo que la pelota llego a parar al techo del colegio. No estoy muy
seguro de lo que pasó, pero si recuerdo que apenas tuve acceso al poder, me
aseguré que en la medida de mis posibilidades esa situación de vergüenza y
opresión no se repitiera. Utilicé el poder que genuinamente había alcanzado,
para deshacerme de ese poder y que nadie más tuviera acceso a este.
Algo parecido a esto es lo que hizo el Maestro Jesús de Nazareth
con los religiosos de su tiempo. Ellos tenían acceso al poder, y lo utilizaban
para oprimir a la población. En la escala social de la época todos los judíos eran
inferiores a cualquier ciudadano romano. Los ciudadanos romanos tenían
derechos, tal como los tenemos nosotros y nosotras, tenemos derechos y deberes.
Pero los judíos de la época de Jesús no gozaban de los derechos de ser ciudadanos.
Quienes impartían la justicia y estaban en el poder, eran los romanos, y ellos
decidían que hacían con los judíos. Por eso se tenían constantes revueltas en
la zona de palestina. Las revueltas judías eran en busca de la libertad, independiencia,
etc. Recordemos que por ley, si un soldado romano tomaba a cualquier transeúnte
judío y le pedía que le cargase la armadura por una milla, este judío estaba
obligado a obedecer. A esto hace referencia Jesús cuando dice que no llevemos
solo una milla, sino la llevemos por 2.
Algunos judíos compraban privilegios, una especie de
ciudadanía de segunda categoría. Estos tenían ciertos derechos y eran tratados
mejor por los romanos. Pero sus compatriotas judíos les detestaban, pues
sentían que habían traicionado a la patria y se habían vendido al imperio.
Jesús, siendo tratado como maestro o Rabí, gozaba de la
aceptación popular. Tal es así que en más de una ocasión, los fariseos y demás
personajes contrarios a Jesús (los religiosos de la época) buscaban
avergonzarlo en público, pero no podían porque le temían a las multitudes que
amaban a Jesús. Pero odiaban a Jesús, pues les decía en su cara sus errores. Les
enfrentaba con sus propias contradicciones. Las palabras de Jesús eran muy
duras para con estos señores. Sin embargo, al igual que ellos, Jesús estaba
ejerciendo autoridad y poder. Pero el Maestro Jesús ejerció la autoridad de
manera diferente. No se hizo llamar rey, ni jefe, ni patrón, ni nada similar a
eso. Sino que les enseño a sus discípulos a ser diferentes al resto de
organizaciones.
La enseñanza del Maestro Jesús fue: “mas ustedes no serán
como ellos, sino que el que quiera ser el mayor, será el servidor de todos…” y
así fue como puso punto final al tema del poder y las relaciones de poder entre
sus discípulos, en donde la persona considerada con más honra, el más
honorable, el más respetable, es aquel que sirve a los demás. Es precisamente lo
opuesto del sistema religioso de la época, y podría ser exactamente lo más
opuesto al sistema religioso de nuestra época.
Sin ánimo a compararme con el Maestro, Jesús hizo con el
poder lo mismo que yo hice con la pelota de mis amigos en el juego de “camotito”,
el oprimido se hizo del poder y destruyó la fuente del poder, que viene a ser
el poder mismo (porque el poder real es invisible y abstracto). Jesús destruyó
el poder y lo remplazó por el SERVICIO.
Anubis
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