sábado, 7 de mayo de 2011

¡¡Los viejos a la tumba, los jóvenes al poder!!

Así rezaba un viejo dicho de la política de mediados de siglo pasado. Y como se nota que no se han aprendido de los pasajes de la historia, pues a pesar de estar en el S. XXI, el mismo problema de antaño se repite hoy.

Hace no mucho asistí con algunos jóvenes evangélicos, a la exposición de un compañero, también joven, también evangélico, quien compartía la mesa con un reconocido pensador protestante, profesor de una prestigiosa universidad capital. Mientras lo observaba en su reflexión me alegraba que por el hecho de ser menor que el anterior y renombrado expositor, no se le tome en poco, sino que su opinión sea escuchada y atendida.

Al final del evento, estuve conversando con este grupo de jóvenes, pensantes, la generación que está a puertas del liderazgo en la iglesia evangélica. O eso creía.

En la plática camino a casa, escuchaba las críticas en algunos casos muy severas sobre las actuales posiciones de los líderes evangélicos, en su mayoría se sentía una profunda necesidad de cambio a la par de un sentimiento nostálgico (para no decir rencoroso) por las malas decisiones de algunos líderes que deberían representarnos, misma crítica que hasta cierto punto comparto. A sus palabras de “cambio” y “coyuntura”, las que indicaban tenían nociones claras de cómo expresar sus ideas, se añadieron frases como: “fulano de tal debería morir”, otro contestaba “si, a sutano ya le toca morirse, en verdad” y reforzaban sus ideas diciendo: “ya no sirven para nada”. Cuando les pregunté inocentemente, el porque deberían morir, me respondieron que de ese modo quedarían como “héroes” y me mencionaron algunos nombres de personas de edad avanzada que a su criterio “daban pena”.

Este patrón de pensamiento ya lo conocía. Me recordó a un profesor de seminario que les enseñó a todos ellos en algún momento, y también me dictó algunas clases. El decía ese tipo de cosas. En el era más fácil de comprender, pues creció con esa generación que se sentía limitada por la hegemonía de los líderes de la época, entre ellos se conocen bien, y existe una suerte de permiso tácito de antigüedad para criticarse duramente, por la confianza que se tienen y por la posibilidad de verse envueltos en la misma crítica de ser necesario. Pero los líderes juveniles no podrían mostrar las mismas proporciones de crítica en vista de que no comparten las mismas condiciones que los antes mencionados. Esto me ayudó a entender que el error de los viejos (líderes acomodados en el poder desde hacía varias generaciones), se repitió en los líderes académicos, y se perpetúa en el liderazgo juvenil. Eso es triste.

No obstante el cantar alegremente la muerte de personajes a los que se les puede considerar “históricos”, es igualmente triste. Al margen que se esté de acuerdo o no con los tales. Sobre todo si no se argumenta la razón de las bravas palabras que se blanden, aunque sea una charla de jóvenes. Pues la misma nostalgia que se refiere a las históricas instituciones religiosas junto con las que hemos crecido, se debe dirigir a las personas que las comandaron o apoyaron en su desarrollo. Un dato gracioso es que estos mismos jóvenes, se autodenominan los post evangélicos o los evangélicos postmodernos, en esa discusión estaban cuando me dejaron caminar solo, y llegué unas cuadras después a mi casa.

Lo curioso de esto es que al día siguiente, me dirigía a una invitación, emitida cordialmente por uno de los susodichos viejos que según mis coetáneos “deberían morir”. El punto de encuentro era una iglesia histórica que había abierto sus puertas a un seminario extranjero, el cual emitía titulación a distancia. En ese seminario, cuya posición teológica era contraria la mía (lo noté en el discurso del profesor que felicitaba a los graduandos), me sorprendí al ver a este anciano, reconocido líder evangélico, recibiendo un nuevo grado en estudios teológicos. Me alegró muchísimo, como un hombre que, a su edad, se sigue preparando en el conocimiento de un asunto tan complicado y trascendente como la teología. Sobre todo, asumiendo en su discurso de graduación (con birrete y toga) una posición tan humilde, imagen tan contraria a la que había visto el día anterior.

En la recepción lo felicité y reconocí como un hombre de la generación que antecedió a los ahora imperantes, se sigue esforzando a pesar de que socialmente, “ya no se esperaría más de el”. Ese viejo ha estado en la cumbre de la autoridad en la iglesia, reúne valores como humildad, sin dejar de ser astuto como serpiente, y saber escuchar, sin dejar de ser un buen orador. Valores que los jóvenes de esta generación, los actuales líderes juveniles no reúnen más que parcialmente. No me resultó difícil hacer la comparación en su momento.

Claro que vale la pena hacer la salvedad de que este líder viejo estaba hablando en público, leyendo un discurso plenamente reflexionado, mientras que los jóvenes del día anterior estaban hablando en confianza y sin medir sus palabras. No hay que ser tan injustos en la comparación de esos dos momentos, pues después de todo, ese líder viejo, cuando fue joven cometió los mismos errores que los actuales jóvenes, y con el tiempo la dura crítica idealista de los jóvenes se tornará en mesurada negociación, ya no de blanco y negro, sino de grises. Miles de tonos de grises…

Lo temible de esta reflexión es contemplar como la profecía macabra de un historiador de la iglesia evangélica, un observador de los procesos de todo un pueblo, narra como la generación ulterior a los viejos cometió el error de salir de sus iglesias para dedicarse al trabajo social de la obra de Dios, en vez de insertar a la iglesia en su totalidad hacia este piadoso proceso de cultivo de los valores del Reino. Lo macabro de esto es que pueda volver a ocurrir. Y está volviendo a ocurrir. Las iglesias se vacían de líderes verdaderos y se llenan de mandamases repetidores de la voz de sus patrones, que asu vez son otros dictadores; mientras que las ONG´s se llenan de pensadores evangélicos que se alejan de las masas evangélicas piadosas, abandonadas a la suerte de los dictadores ya mencionados… “y el pueblo fallece por falta de conocimiento”.

Los jóvenes inexpertos sufrieron la minimización a la que los líderes viejos de la época los relegaron. Ahora estos jóvenes líderes menosprecian y esperan ver a sus mentores, muertos. Mientras que estos líderes viejos, que cometieron tales errores, ahora sufren la falta de discípulos; los jóvenes sufren el hecho de tener que abrirse camino a la mala, como si se tratara de una selva, todo porque quienes detentan el poder no quieren compartir lo que hayan podido conseguir, por lo que todos sufren. El maestro, porque sin discípulos no puede ser denominado “maestro” y el discípulo, porque sin maestros, no puede graduarse como tal. Eso es triste.

En pedagogía, conocemos de la inclinación natural por la 3ra edad por transmitir su conocimiento a las nuevas generaciones, esto nace del deseo de entregar un legado, concientes de la trascendencia que se espera. Pero ante los errores cometidos en la edad adulta, una vez inmersos en la vejez, cosechan diplomacia en vez de franca amistad, utilitarismo, en vez de ayuda mutua. Esto los impulsa a orientar sus esperanzas en los niños. Los que no recibirán su legado, sino el de los actuales jóvenes que fueron relegados en su momento e instruidos por quienes guardaron la semilla de la revancha. Haciendo de un proceso de evolución natural en una sociedad, una idea imposible. Pues se perpetua así un sentimiento de revanchismo, propio de las sociedades latinoamericanas, herederas de las colonias.

No quisiera caer en el caso de los amigos del hijo estúpido de Salomón. Creo que en la multitud de consejos se halla la sabiduría y que el discípulo que honra a su maestro, se honra a si mismo. Debemos aprender de los errores de aquellos que nos precedieron, haciendo un mea culpa, ser lo suficientemente humildes como para reconocer que por senderos que otros trazaron es que transitamos. Caminemos y enmendemos nuestros errores mientras remendamos el camino de nuestros padres.

No debemos ser orgullosos pensando que somos “herederos de un pensamiento de avanzada” o que “salimos de las tinieblas a la luz admirable”… el ser parte del “linaje oficial” no nos impide ser rechazados en algún momento como resultado de nuestra propia negligencia. Ejemplo de ello tenemos por montones en las escrituras, que para eso sirven, como ejemplo y manual de sabiduría.

Sería bueno darle una revisada a nuestras relaciones de poder de vez en cuando. Mientras se hace camino al andar. No sea que procurando ser mejor que nuestros padres, terminemos cometiendo exactamente los mismos errores que ellos cometieron con nosotros.



Anubis

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